MI HOMENAJE A LA FRATERNIDAD ROSACRUZ Y A MAX HEINDEL

viernes, 12 de noviembre de 2010

LA ORACIÓN


“La oración nos permite abrir un canal

para que la Vida y la Luz Divina, puedan fluir hacia nosotros”

CAPÍTULO XVII

LA ORACIÓN

La oración fue enseñada por las Jerarquías Superiores a la humanidad, como medio para elevar su naturaleza interna a través de puros y elevados pensamientos. Ésta ha sido usada desde que el Ser humano cayó desde su naturaleza espiritual a lo pasional y al egoísmo, y por eso fue dada con la intención de que tuviéramos un medio para pedir ayuda a Dios a través de esas Jerarquías. El propósito de la oración es que el devoto pueda conectar con los planos superiores.

A través de la evolución humana hemos podido comprender que cuando comenzamos a utilizar la mente no existía la religión, la humanidad se guiaba por el sentimiento y el egoísmo, y era capaz de dar la vida por defender a los suyos, en aquella época éramos casi insensibles a las vibraciones espirituales. Las Jerarquías que entonces guiaban a la humanidad decidieron que nos tenían que ayudar para que el Espíritu, (como naturaleza superior), pudiera adquirir dominio sobre la inferior, y entonces sometieron a la personalidad al “miedo”. Esto es lógico, si nos hubieran dado una religión de amor -que es la religión del futuro- no lo hubiéramos comprendido como tampoco lo comprendería un hombre primitivo en nuestros días. Así nos enseñaron que había un Dios fuerte y poderoso, que tenía poder sobre la naturaleza, y que le debíamos temer. Más adelante nos enseñaron que había un Dios "dador”, que si le obedecíamos nos iría todo mejor, y que si no le obedecíamos nos mandaría toda clase de calamidades. A continuación nos enseñaron la ley del “sacrificio”, y como éramos tremendamente egoístas y materialistas, nos costaba mucho sacrificar nuestras posesiones, sin embargo, nos convencía lo que nos decían que si sacrificábamos algo de nuestras pertenencias, Dios nos las devolvería multiplicadas. Por último nos enseñaron que hay un cielo, y que si le queremos alcanzar tenemos que sacrificarnos nosotros mismos y no nuestras propiedades, debemos sacrificar la naturaleza inferior, la personalidad, y aquí es donde nace la fe de que algún día alcanzaremos el cielo.

La fe es la que nos abre el camino para la comunicación con Dios y con la naturaleza superior que nos da vida y poder, la duda, sin embargo, nos deprime y ciega; la fe y la esperanza nos animan y la duda y el escepticismo deprimen y entristecen. Por eso, debemos tener claro que la fe nos abre el camino hacia la espiritualidad y hacia el conocimiento de la verdad. Esta fe debe ser como la de un niño, que sin conocimientos y sin punto de vista sobre nada, no se pone a razonar para encontrar respuestas a sus dudas, es una fe ciega pero natural y sin ningún tinte de fanatismo. La fe no debe ser ciega ni irrazonable, sino que debe ser un estado mental abierto, tranquilo y sin prejuicios. En todos estos pasos a través de la evolución humana, la humanidad ha utilizado la oración de muy diferentes maneras, pero hoy que hemos vencido el egoísmo que nos hacía orar para recibir o intercambiar cosas con Dios, debemos practicar la oración como medio de abrir un camino hacia Dios y para estar en perfecta armonía con Él.

Se puede considerar que cada acto es una oración que hacemos, y que bajo la ley de Causa y Efecto nos traerá los resultados correspondientes, cuando persistimos en una misma línea de acción es como si orásemos, y por lo tanto, en su momento vendrá la respuesta. Esta es al fin y al cabo la base de la oración, con la diferencia de que la verdadera oración debe ser hecha consciente y voluntariamente para que alcance los mundos espirituales y recibamos la mejor respuesta.

Como sabemos, el cuerpo vital, cuya nota-clave es la repetición, es el asiento donde se forma la memoria y donde grabamos todos los hechos de nuestra vida, éste es el mecanismo para la oración y por eso está escrito debemos “orar sin cesar”. Hay muchas personas que no admiten el beneficio de la oración y su ayuda, porque dicen que el hombre no puede cambiar las Leyes Divinas, pero eso no es correcto, porque no debemos pensar que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad; el hombre tiene libre albedrío para practicar la iniciativa.

El valor de la oración viene dado por el pensamiento que ponemos en ella, es decir que aunque parezca que la oración es un conjunto de palabras que no pueden alcanzar al Espíritu, el pensamiento es el encargado de dar significado o crear la idea para que una vez creada, podamos sentir en el corazón. La oración debe ser clara, sencilla y concisa, no hacen falta palabras o frases inútiles o pomposas, cada palabra debe tener su objetivo para despertar una idea y conmovernos interiormente, nos debe hacer reflexionar; si no es así, de poco nos servirá. Por eso se dice que: “La verdadera oración científica, es uno de los métodos más poderosos y eficaces para encontrar la gracia delante de nuestro Padre, y recibir la inmersión de la Luz espiritual, la cual alquímicamente transforma al pecador en santo y le envuelve con el velo dorado del luminoso Cuerpo-Alma”. Pero no nos engañemos, con la oración solamente no podemos conseguir ese Cuerpo-Alma (cuerpo espiritual futuro de la humanidad), si no dedicamos las 24 horas del día, tanto despiertos como en sueños, a actuar de manera que nuestros pensamientos, palabras y obras sean una oración para la iluminación y santificación, nuestras plegarias no alcanzaran el Reino de Dios, y por lo tanto, no recibiremos Su bendición.

La oración nos permite abrir un canal para que la Vida y la Luz Divina puedan fluir hacia nosotros -como un interruptor que permite fluir la corriente eléctrica cuando se acciona- Si oramos por motivos mundanos, lo contrario al amor y a la ley del Bien Universal, nuestras oraciones serán inútiles. Debemos quitarnos de la cabeza que, cada vez que nos acerquemos a nuestro Padre sea para pedirle algo ¿Cómo actuaríamos si tuviéramos un hijo así? El aspirante sincero nunca pedirá bienes materiales, sino más bien iluminación espiritual con la más elevada intención de utilizarla para beneficiar a la humanidad. Cuando nos acercamos al Padre con alabanza y adoración, nos ponemos en un estado receptivo que nos acerca a nuestro ideal y en el que podemos experimentar un descenso de la Gracia del Espíritu sobre nosotros. Cuando hagamos esto, aprenderemos de una manera directa que la oración es un poderoso método, que debe ser usado para perfeccionar nuestra capacidad de reconocer la Luz Divina.

La oración continua y de corazón es muy útil incluso para obtener el perdón por los males que hemos causado a otros, además, perdonando a los que nos han ofendido (para eliminar los malos sentimientos) purificamos nuestros cuerpos etéricos. Esta oración continua, hecha conscientemente y de corazón, nos eleva al Trono de Dios para ofrecernos a nosotros mismos como sacrificio. Sentarse en silencio y cerrar la puerta a lo material, y la petición hecha por simples palabras no dan resultado. Cuando oramos fervorosamente y con tal sinceridad que nuestros sentidos externos se calman y cierran, y cuando la oración es inegoísta, es cuando el Poder Divino de Dios nos manda sus bendiciones de muy diferentes maneras.

La oración no debe ser un ejercicio mental sin sentimientos, se necesita cierta cantidad del sentimiento apropiado para que tenga efecto y pueda alcanzar su destino, debe haber un intenso fervor para que sea efectiva. El amor, la riqueza, el poder y la fama son las cosas más deseadas por la humanidad, pero eso es en una fase inferior y más material a la que debe desear el verdadero aspirante espiritual. El aspirante a la vida superior debe transformar el amor egoísta en nobles aspiraciones, aquéllas que son del alma y abrazar a todas las personas sin distinción de raza, credo y religión. La riqueza que debe desear es la de la abundancia de oportunidades para servir a los demás; el poder que debe desear es el que sirva para elevar a la humanidad y, la fama que debe desear no debe ser ninguna, o en todo caso la que aumente la capacidad de enseñar por cualquier medio, la verdadera Luz que pueda dar consuelo a los corazones dolorosos.

Las personas que estamos ocupados en el trabajo del mundo pensamos a menudo que estamos alejados e impedidos para orar por tal razón, pero si hacemos todas las cosas como si fueran para Dios y somos cuidadosos, veremos que estamos orando siempre y que con el tiempo se nos presentarán otras grandes oportunidades que jamás hubiéramos soñado. Debemos cultivar un anhelo de unión, que haga que nuestros pensamientos estén siempre dirigidos hacia Dios, como cuando dos enamorados se vuelven a encontrar después de algún tiempo sin verse y se produce ese “éxtasis” entre ellos. Esta es una preparación absolutamente esencial para la oración, y si volamos hacia nuestro Padre de la manera indicada, la Luz de Su Presencia, y la dulzura de Su Voz, nos enseñará y nos acariciará más allá de nuestras más ardientes esperanzas.

Una de las cosas que concurren en la oración es el lugar donde se hace, cada oración ya hablada o en meditación, cada canto de ruego, las lecturas litúrgicas, etc., si son hechas por un lector cuidadosamente preparado que ame y viva lo que lee, derrama sobre el lugar de la oración la Gracia del Espíritu. De este modo y con el tiempo, se construye un templo invisible alrededor del lugar físico, el cual, en los casos de una congregación de devotos, se hace tan bello que trasciende todo lo imaginable. Este templo -que debe construir el aspirante a la vida superior- no es un montón de piedras, sino una “cosa viviente” con un sonido peculiar que proviene, a modo de poema, de los corazones de los devotos, místicos y todas las personas buenas. Es un lugar maravilloso que vibra con la Fuerza Divina y es de inmensa ayuda para los fieles, porque auxilia en el ajuste de las caóticas vibraciones del mundo, y las impregna con su aura como una verdadera “Casa de Dios” para que se logre la adecuada actitud para la oración. De esta forma se ayuda a sí mismo el aspirante al Trono de la Gracia Divina, allí ofrece su oración, plegaria y adoración que, en amorosa respuesta, recibirá una nueva bendición espiritual que vendrá directamente del Padre.

Es cierto que no todo el mundo tiene la facilidad de tener un espacio para dedicarle como templo de oración, y por eso dijo Cristo que “cuando necesitemos o queramos orar nos recojamos dentro de nosotros mismos”. Por eso podemos orar en cualquier sitio, aún así, creo que todos podemos crear éste templo en cualquier rincón de nuestra casa. No importa cómo sea ésta, lo importante es la separación invisible que nosotros creamos con nuestras oraciones porque, en ese espacio, podemos recibir la Gracia de Dios. Hay que tener en cuenta que una vez construido el templo, debemos mantenerle con nuestras oraciones, ya que si no lo hacemos así, se desintegrará. Cuando nos dirijamos a éste santuario, nuestro Espíritu debe volar hacia delante, como si pretendiera arrastrar a nuestro lento cuerpo y sentir anticipadamente las delicias que nos tienen reservadas. Debemos olvidar todo lo demás, para sólo dejar lugar a los pensamientos reverentes que debemos mantener durante el camino. Ésta es una experiencia real de quien ama verdaderamente a Dios, si no tenemos este Espíritu, lo podemos cultivar y conseguir por medio de la oración.

Las invocaciones usadas para pedir cosas materiales entran de lleno en la magia negra, tenemos la promesa de “Buscad primero el Reino de Dios y Su Justicia y todas las demás cosas se os darán por añadidura”. Cristo puso el límite cuando enseñó “Danos hoy nuestro pan de cada día”, tanto si es para nosotros como si es para los demás, debemos guardarnos muy bien de traspasar este límite en la oración, aún cuando oremos por bienes espirituales, debemos evitar que se manifieste algún sentimiento egoísta en nuestra plegaria porque destruiría nuestro crecimiento anímico. Más aún, si amamos a Dios por las alegrías que experimentamos en la dulce comunión con Él, somos tan egoístas como las multitudes que seguían a Cristo porque les había alimentado. De todo esto puede surgir la siguiente pregunta ¿Cuál debe ser el motivo de la invocación y la oración? La respuesta es: “Alabar y Adorar”. Tampoco es necesario que la invocación, ya sea hablada o mental, sea mantenida durante todo el tiempo que dure la oración, cuando por medio del Amor y de la Aspiración, impulsados por la intensidad de nuestro deseo, nos hemos acercado al Trono de nuestro Padre, llegará un momento dulce, aunque en silenciosa comunión, más delicioso que cualquier otro estado imaginable. Este momento es análogo a la felicidad de dos enamorados que pueden estar sentados uno al lado del otro sin romper el silencio, que se hallan poseídos de demasiado amor para exteriorizarlo, un éxtasis que trasciende en mucho el estado aquel en que las palabras que se dicen les sirven de entretenimiento. Así también es el clímax final, cuando el alma “descansa” en Dios con todos los deseos satisfechos por tal sensación de comunión expresados por las palabras de Cristo: “Mi Padre y Yo somos Uno”. Cuando se ha alcanzado esta gradación, el Alma ha probado la quintaesencia de la alegría que causa la plegaria u oración, y no importa cuán sórdido pueda parecer el mundo o cuán triste sea el destino al que tenemos que hacer frente, el Amor de Dios que sobrepasa toda comprensión, es una panacea para todo.

Es muy conocido el hecho de que nada de valor se alcanza sin esfuerzo, todo lo que un hombre lleva a cabo, otro hombre también puede hacerlo, y si empezamos a cultivar la fuerza de la invocación en armonía con las Leyes espirituales especificadas anteriormente, llegará el día en que cosecharemos unos resultados que ni siquiera nos podemos imaginar.

Cuando practicamos la oración mística en la que nos encontramos cara a cara con Dios, cuando todo está en calma en nuestro interior, la voz silenciosa nos habla desde adentro y se manifiesta en nosotros para que experimentemos la unidad que hace innecesarias las palabras; en ese momento sentimos en nosotros lo que Dios mismo siente. Cristo nos enseñó la más sublime oración que pueda ser expresada en palabras y, sin embargo, el verdadero devoto no necesita ir más allá de la primera palabra “Padre”, no quiere pedir nada, porque tiene la promesa de “Dios es mi pastor, nada me faltará”. Hay un ejemplo que podría expresar más exactamente esta actitud, esto es, “Un perro fiel mirando con muda devoción a la cara de su amo, toda su alma reflejándose a través de sus ojos con gran amor”. Así mismo, y aún con más intensidad, le sucede al verdadero místico que mira al Dios interno y lo proyecta en su Ser con una adoración silenciosa. De esta manera podemos orar intensamente sin cesar, al mismo tiempo que trabajamos con gran celo en el mundo.

En el Padrenuestro que enseñó Cristo hay siete oraciones distintas y separadas, una para cada uno de los siete principios del Ser humano; cada oración está particularmente adaptada para promover el adelanto de ese principio al cual se refiere, esta oración es única como Cristo mismo.


* * *

del libro "Métodos esotérico-prácticos para el desarrollo interno" de Francisco Nieto Vidal

No hay comentarios:

Publicar un comentario